“EL INTERÉS DE LAS CASAS POR LOS INDIGENAS
Y LA EVANGELIZACIÓN EN EL BRASIL”.
Actualidad creciente de Las Casas en la cultura
y la Iglesia brasileñas hoy.
Fray Carlos Josaphat, OP
En plena madurez de su vida apostólica, de contemplación, de estudios, de predicaciones y luchas pacíficas, Las Casas lanza una mirada global para el mundo y sus desafíos. Y entre otros campos lejanos descubre a Brasil.
Vamos subrayar este episodio muy significativo, juntando todo un conjunto de textos y temas que manifiestan la plenitud y la fecundidad de los últimos veinte años de vida episcopal de Fray Bartolomé, cerrando con broche de oro su laboriosa y sufrida carrera misionera.
Su vida nos trae como sugerencia la comparación con un subir hacia la montaña en el sentido del Evangelio, retomado y dibujado por San Juan de la Cruz. La cumbre de la montaña no es otra que la elevación de la propia vida, es su calidad humana, espiritual y intelectual que llega hasta al punto límite de la generosidad y del gratuito don de sí; por eso encandece en la lucidez que posibilita contemplar la verdad del hombre y de Dios, abriéndose en una visión del mundo, de la historia, de la Iglesia, y sobretodo de la misión libertadora del Evangelio y de la comunidad que él inspira.
El principio es válido en toda su universalidad: sólo quien se liberta se hace libertador.
La cristiandad conquistadora y colonizadora, esclava que era de su egocentrismo, de su etnocentrismo, de su europeo centrismo, sólo podría ser esclavizadora y opresora. Plenamente libertado, Las Casas se hace plenamente libertador y abridor de caminos para la liberación, pero en un proceso lento y acumulador de experiencias, tendiendo siempre a ver e actuar más y mejor. Mirando la historia que ocurría, leyendo la historia ya pasada y narrada, contemplaba y discernía el decurso del tiempo, el desdoblamiento o el acortamiento de la responsabilidad, las violaciones o las promesas de libertad.
Desde esa perspectiva o buscando verificar esa hipótesis vamos articular nuestra exposición en tres partes:
- 1º. Delineamos el contexto y las condiciones esclarecedoras de la visión total y abarcadora, en que el gran Obispo misionero desveló el Brasil, su gente primitiva, sus indígenas, exaltando a sus calidades humanas y su apertura hacia al Evangelio.
- En seguida, leyendo textos en su cuadro histórico y en toda la densidad de su sentido, constatamos: Las Casas descubre a Brasil, que los conquistadores portugueses habían encubierto.
- En un tercer momento verificaremos, con mucho gusto, que para su felicidad, hoy Brasil ha descubierto Las Casas.
I – Últimos veinte años de mirada profética siempre más lúcida y más amplia.
Evocamos, para empezar la visión global y mientras posible sea, bien ordenada de la vida tumultuada en apariencia, pero profundamente coherente de Las Casas.
Buscamos abarcala en su integridad mirando cada momento en su tiempo y sitio, pero todo el conjunto debe ser iluminado por sus puntos de llegada, los últimos años del activo octogenario.
Pues, el imagen o la idea general que se tiene entonces de Las Casas es de alguien que se entrega por entero a todo que hace, al momento que vive, creciendo siempre en cantidad y calidad, multiplicando proyectos particulares dentro de un proyecto global, manteniendo una unidad dinámica en la totalidad de la vida y de la visión de las cosas, de las personas y del mundo.
A los veinte años el joven Encomendero, tempranamente hecho Sacerdote, es el modelo típico del español colonizador ya teniendo todo para lograr gran suceso en un mundo desconocido. Él concilia muy bien religión y negocios. Sabe utilizarse de las tierras y del trabajo de las personas. Tiene también buenas ligaciones con las autoridades civiles y eclesiales. ¿Y por qué no con los militares? Sobretodo organiza muy bien su hacienda, o sus haciendas para producir y vender lo necesario y quien sabe tener la suerte grande de ser tocado por el oro, por la plata y piedras preciosas.
Tiene mucha cosa de medieval en su formación clerical, pero es un hombre moderno, realizando ya un modelo ideal del capitalismo mercantil. Él encarna el típico político esbozado como una exigencia de su época por su contemporáneo Nicolás Maquiavelo.
El encuentro del joven y habilidoso sacerdote y encomendero con los frailes dominicos, guiados y simbolizados por el Fraile Pedro de Córdoba, es el encuentro del realismo del colonizador, del realismo del hombre de acción, político y financiero, con el idealismo del hombre místico animado por el ímpetu de la evangelización y del don gratuito de si mismo.
Las Casas será entonces la síntesis del idealismo místico, contemplativo y apostólico y al mismo tiempo del realismo del hombre de acción realizando en la aurora de la modernidad y el nacer del Nuevo Mundo el paradigma que en nuestros días Padre Lebret nos describiría como la acción verdadera, que viene de Dios y lleva para Dios.
Tal será la gracia del Pentecostes del Padre, o como él mismo se identifica, del Clérigo Las Casas, que se convierte en un misionero y del Pentecostes de América 1514, en Cuba, en un sitio dedicado al Espíritu Santo durante la vigilia del mismo Espíritu Divino. El Apóstol Pablo nos manifiesta esta verdad fundadora de nuestra vida cristiana: El Espíritu de filiación y de amor está en nuestros corazones para que podamos clamar: “Abba Padre”. En el Pentecostes de 1514 el Espíritu hace ver y también sentir a Las Casas que el Padre, Dios en su amor paterno, estaba presente y era ofendido en la persona de los indios, sus hijos de predilección, y por lo tanto, el Padre debía ser amado en ellos, por un amor de preferencia absoluta. En el Espíritu Santo, en el Espíritu de Amor Las Casas descubre a América.
Seria interesante acá, subrayar los primeros proyectos de liberación, los proyectos de nuevas relaciones entre los pueblos de Europa y América, y confrontar eses proyectos con las posiciones de Las Casas en los últimos veinte años de su carrera misionera. Hay una identidad esencial y un progreso, una caminada hacia un mejor conocimiento e una actuación más justa y eficaz.
Eses primeros proyectos nos muestran en Las Casas el hombre de acción que quiere poner su experiencia, su competencia y su creatividad al servicio del ideal de una nueva presencia de los españoles y de nuevas maneras de trabajar juntos que favorezcan el verdadero intercambio alejando la dominación, como también toda la apariencia de “conquista” en la colonización. La palabra conquista es fuertemente estigmatizada por Fray Bartolomé en todas las épocas de su vida misionera.
Tres son los proyectos del Padre, no todavía del fraile Las Casas, por él elaborados y presentados después de su Pentecostés de 1514. La inspiración profunda de esos proyectos, inspiración que marca todas sus propuestas concretas, viene a ser el empeño de juntar, de hacer convergir los valores éticos, humanos y cristianos con los intereses legítimos de todas las partes. En el final de esa difícil operación, todos deberán tener lucros del establecimiento de comunidades fraternas y solidarias, hasta el Fisco Real recibirá más de esas comunidades, y con más seguridad, que de los actuales colonizadores ambiciosos y fraudulentos.
Nótese que el término dominante el lenguaje lascasiana para exprimir el nuevo tipo de relaciones étnicas y la nueva realidad a establecer es claramente el término “comunidad”, empleado con la frecuencia significativa de 56 veces en el primero Memorial.
Hay una interesante casualidad con los movimientos “comuneros”, con sus ideales y sus aspiraciones, sin que se pueda desde ahí deducir una influencia efectiva de esas reivindicaciones, por veces violentas en la Metrópoli, sobre eses u otros proyectos lascasianos.
Lo que más llama la atención en él es el realismo de donación de uno que se entrega por completo a una causa, impeliéndolo como naturalmente a reconocerse como “Protector de los indígenas” y llevando su espíritu emprendedor a dibujar el nuevo modelo de comunidad étnica, a determinar de manera pormenorizada y cuidadosa, las funciones, las tareas, las profesiones, las instituciones como escuelas y hospitales, todo esto forma un haz de encargos acompañados de la indicación del sueldo respectivo; y los gastos bien previstos deberán ser pagos por una inversión pública, que sería reembolsada al término de 5 años.
¿Cuales son los límites y puntos débiles de eses proyectos? Antes de más nada, ellos no pueden contar con la voluntad real de los agentes españoles, con su disposición de aceptar y de emprender de hecho estas bellas comunidades idealizadas y planeadas por Las Casas. Sobretodo nadie entre los labradores españoles estará dispuesto a trabajar hombro a hombro, en perfecta y total igualdad con los indígenas. Ellos no están preocupados de formar comunidades (una vez Las Casas adjunta “Comunidades y Republicas”), pero tienen la ambición, simplemente, de enriquecerse, en tiempo breve y sin trabajar demasiado, pues los indígenas están ahí por providencia divina, así lo creen los conquistadores, para hacer caminar los ingenios y cavar las minas.
Pero lo más importante, todavía, son los límites que diríamos éticos y espirituales que pesan aún bajo el espíritu del joven Padre Las Casas y de los cuales él tendrá que liberarse totalmente para ser el Libertador en medio a tantos obstáculos y adversidades.
De esa manera, él propone la venida de esclavos negros, sin duda, esclavos negros que ya trabajan el la Metrópoli. A continuación vamos sintetizar los resultados alcanzados por la lectura en sus contextos de todos los textos lascasianos, bien como por los estudios de los expertos sobre ese delicado y espinoso problema, decisivo para la comprensión de la evolución intelectual e espiritual de Las Casas. Hay que notar también, el sentido de la realidad, la búsqueda del posible como el gran empeño del Protector de los Indios al terminar el Memorial de 1519.
Su última palabra es un apelo a su Majestad y su Consejo para que lo ayuden a llevar “tal negociación, que pueda hacer el fruto que deseo y que se espera, y que in ea sint omnia compossibilia” (Obras, 13, p. 64).
Cuando yo terminaba la elaboración de esas notas, tuve la suerte y la alegría de encontrarme con el Fraile Gustavo Gutiérrez, que me hizo poner atención en el primero documento firmado por Fray Bartolomé de Las Casas ya como fraile y prior dominico: la “Carta al Consejo de las Indias de 20 de Enero de 1531”. En esa carta, Fray Gutiérrez resaltó que le pareció a él una joya de espiritualidad y de fineza: acordándose a los consejeros sus trabajos por las mayores “Repúblicas” insistía que no olvídense los pequeños y dio esa razón de la más bella teología evangélica “porque del más chiquito y del más olvidado tiene Dios memoria muy reciente y muy viva” (Obras, 13, p. 69). Esa carta es pues el testimonio de la maduración ancha y profunda del profeta libertador y creativo en aquel que será Fray Bartolomé de Las Casas, que pasamos ahora a mirar como “el peregrino, el romero de Dios a través de las Indias y Océanos”.
Mostrando esa universalización de su empeño y de su corazón después de acordarse sus luchas y fracasos en América, Fray Bartolomé declara: “Muéveme, por otra parte, la compasión de tan universales tribulaciones, de que todos estos reinos de España, y por mejor decir de toda la cristiandad, en estos nuestros trabajosos tiempos, con tan encendidas y horribles guerras y otras intolerables angustias abunda; porque quizá que podría ser curando y amelezinando [sic] el mundo con aplicar la medicina a las llagas que por esta parte de acá el linaje humano ha recibido, y la ley de Dios aún hoy, más que nunca, padece todo el cuerpo místico que la nuestra parte toca, por ventura, sanaría. (Obras, 13, p. 65).
Las Casas lee otra vez e interpreta de la manera más evangélica y más convincente los textos del Papa Alejandro VI y el testamento de la Reina Isabel. Y pasa a proponer con la mayor insistencia “los remedios para las partes de Tierra Firme”. Está absolutamente apegado a su proyecto de una verdadera evangelización, que liberte y forme comunidades justas y solidarias en América. Pero todavía una vez más, surgen los límites de su visión en ese momento de su juventud; pues vuelve a proclamar y protestar con todas sus fuerzas la necesidad de introducir esclavos negros para el éxito de esa gran empresa.
Hay dos textos significativos. El primero: “El remedio de los cristianos es este, muy cierto; que S. M. tenga por bien de prestar a cada una de estas islas quinientos y seiscientos negros, o los que parecéis que al presente bastaren para que se distribuyan por los vecinos, y que hoy no tienen otra cosa sino indios; y los más vecinos vinieren, a tres y a cuatro, y a seis, según que mejor pareciera a la persona que lo viere de hacer, y se los fíen por tres años, apotecados [sic] los negros a la misma deuda, que al cabo del dicho tiempo será Su Majestad pagado; y tendrá poblada su tierra; y habrán crecido mucho sus rentas, así por el oro que se sacará de las minas, como por las aduanas y almojarifazgos y otros intereses que mucho crecerán.”(Obras, 13, p. 79).
Y añade, terminando con la fuerza sorprendente de su convicción en aquellos entonces: “Una, señores, de las causas grandes que han ayudado a perderse esta tierra y no se poblare más de lo que se a poblado, a los menos de diez u once años acá, es no conceder libremente a todos cuantos quisieren traer las licencias de los negros, la cual yo pedí y alcance de S. M.; no cierto, para que se vendiese a genoveses ni a los privados que están sentados en la corte, y e otras personas que por no afligillas [sic] dejo de decir, sino para que se repartiese por los vecinos y nuevos pobladores que viniesen a estas tierras despobladas, y para remedio y libertad y resuello de los indios que estaban oprimidos, que saliesen de tal cautiverio; pues Dios me había puesto el remedio de ellos, y la población de esa tierra en las manos, y todo me lo concedió S. M. Pero poco aprovechó, por las causas dichas, y porque no entendí yo más en los negocios, tomándome Dios para mi mayor seguridad”. (ibidem, p. 80).
“Pues Dios me había puesto el remedio de ellos”: Este énfasis traduce con seguridad, la convicción de estar siguiendo el camino de Dios en la docilidad a su Espíritu. Las Casas no propone el envío de esclavos hacia América por una especie de táctica teniendo en vista la eficacia de su proyecto. Piensa sí, estar discerniendo entonces los designios de Dios, pues por supuesto vive por entero en un propósito de establecer el Reino del Señor. Más tarde Las Casas llega a reconocer que se equivocó, de una manera total e lastimosa, que ha cometido una grande falta no teniendo en cuenta la realidad y la perversidad de la esclavitud de los negros. Él siempre fue un hombre de la verdad, buscando la verdad y para eso dejándose poner de molde con la verdad. Él vivirá y elaborará la doctrina de esa fidelidad a la verdad ya conocida para conocerla cada vez más. Acá en esa etapa primera de su vida ele reconocerá que no fue plena y fielmente dócil a las exigencias de la verdad transformadora. Cuanto a la esclavitud de los negros hay entonces una mentalidad general escudada por una teología de los infieles e por una moral de la guerra, en verdad construcciones ideológicas heredadas en parte de la Edad Media, pero tenidas por doctrinas tradicionales y seguras en las escuelas e las prácticas en la cristiandad de los siglos XV e XVI. A propósito del Brasil, veremos que los mejores teólogos jesuitas de Roma profesan la legitimidad de la esclavitud de los negros establecida en ese país.
Las Casas está envuelto en esa falsa evidencia, infundada, pero entonces indiscutible. A fin de cuentas, será el primero a rechazar esa ideología travestida en teología proclamando que toda esclavitud de indios e de negros es inicua y perversa.
Justo por su docilidad a la verdad, docilidad activa y transformadora, llegará Las Casas a esa conversión definitiva, al reconocimiento y a la aceptación del amor universal con todas sus consecuencias libertadoras. Antes de plantear ese problema en toda su agudeza y en su cuadro histórico, parece oportuno seguir la caminada, realizada por Las Casas y que debemos de hacer con él. Esa caminada será condensada en su libro cuya composición corresponde al desarrollo de su vida y de su vocación dominicana; es el “De único modo”, o sea la “Norma única para invitar a todas las gentes a la verdadera religión”. Ese libro camina con Las Casas y Las Casas camina, viviendo y elaborando ese libro. En él se ve que Fray Bartolomé confronta siempre su experiencia y su visión con la teología de su hermano Fray Tomás de Aquino prolongando y ¿por qué no decirlo? superándolo.
Por la primera vez en la América se construye una teología en el sentido estricto de una visión de Dios en su amor y en la historia de su revelación de amor, lo que se desdobla en una cristología, en una eclesiologia y una antropología, de dónde resulta una ética personal y social, abriéndose a la historia y aplicándose a los dominios de la política, de la economía, del derecho y de la cultura. Lo que más podemos subrayar y que resaltar como un estribillo, es que sólo el amor es creíble, digno de fe; la fe es la libre y amorosa adhesión a un mensaje que anuncia el amor divino que viene a nuestro encuentro mediante una pedagogía paciente y hasta cariñosa. El predicador y al mismo tiempo toda la Iglesia en su vocación misionera debe asumir y adaptar esa pedagogía divina, respetando y cultivando la libertad de los oyentes, en ese caso específico, los indios de América. La elaboración de esa tesis con los ojos mirados hacia el Evangelio, la historia, la América haz del “De único modo” una obra teológica única en la cristiandad y que sólo encontrará una buena recepción – todavía parcial – de su mensaje en Juan XXIII y el Concilio Vaticano II.
Así pues, “De único Modo” es el testimonio, es una especie de mapa dibujando el caminar de Las Casas, que crece en conocimientos e en sabiduría, correspondiendo a una ascensión segura a la santidad venciendo en si mismo y en los otros, los límites y la ceguera de la cristiandad en relación al amor universal, que es la verdad fundadora de la doctrina y de la praxis del Evangelio.
El libro “De único modo” nos conduce a los veinte años finales de plenitud que interesan directamente nuestro propósito, pues es en ese ímpetu de busca universal de la verdad y de su erradicación que Las Casas hace su encuentro que llamaríamos luso-brasileño. Nos conviene indicar en algunas pocas proposiciones breves los puntos o la cumbre principal de ese avance de Las Casas, que hacen de él un ciudadano del universo y un apóstol de la humanidad.
- El hombre de acción, que siempre aprendió de sus éxitos y de sus fracasos, procura ir hasta las instancias y a los responsables de las decisiones y no se queda sólo a actuar en el plan, en la planicie de las simples ejecuciones. Cada vez más él va hacia las causas y no sólo hacia los efectos de los fenómenos, de los síntomas, de los sufrimientos y miseria de los oprimidos.
- Las Casas ve que es necesario cambiar la opinión pública de la Metrópoli, o mejor dicho: es necesario esclarecer y no sólo eso, es necesario una transformación, una conversión de las conciencias sobre las cuestiones más fundamentales y más difíciles de la Justicia para con los indios, colocada a la España y la cristiandad. El problema de los derechos de los indígenas comprendido como derecho universal del ser humano en contraste con la situación dominante del todo poder de los que tienen privilegios, esta es la última etapa de la evolución lascasiana; el llega a consagrarse al derecho universal y a empeñarse en ir hasta las causas y a los agentes de su promoción y a enfrentar los obstáculos que amarran la cristiandad a sus privilegios y impiden los responsables de asegurar los derechos a los sin derechos, a los sin voces para gritar por justicia.
- Las Casas, en su plena madurez será inspirado por esa convicción que lo llevará hasta, por ejemplo, a publicar en Sevilla bajo los ojos de una Inquisición politizada, sus Ocho Tratados centralizados en la cuestión esencial de la justicia debida a los indios, volviéndose a los temas de la libertad, de la independencia, de la autonomía, insistiendo sobre el valor de la cultura, sobre la apreciación del poder como destinado a garantizar los derechos y la justicia a los habitantes de América. Para eses él proclama el ejercicio del pleno derecho y plena competencia para ejercer el poder autónomo, mismo que los pueblos indígenas sean integrados en una especie de confederación al Imperio Español.
- En ese momento que coincide con la elevación de Las Casas al Episcopado, la Iglesia enfrenta el problema de la Reforma a comenzar por un mínimo de reforma de los pastores, que acepten por lo menos residir en sus diócesis. Pues bien, Las Casas se consagra a esbozar un nuevo modelo de Obispo, del Obispo servidor, evangelizador y libertador de los pueblos oprimidos. Solamente el Vaticano II retomará el tema sin que todavía hasta hoy se tenga llegado a establecer un colegialidad episcopal efectiva.
En la verdad los últimos libros de Las Casas apuntan para esbozar una ética que se puede decir Mundial; y de manera más directa y real de que cualquier otro, el Obispo misionero lanza los fundamentos de los Derechos Fundamentales. Más directamente aún, interesa a nosotros el empeño concentrado de Las Casas en elucidar una visión global de la historia y en ella situar los acontecimientos del descubrimiento y de la Conquista de América, todo esclareciendo por la luz de la cuestión teológica de los designios de Dios y de los sentidos divinos de la historia, en general y de las Indias Occidentales, de la América, dentro del plano divino.
Tal es la inspiración y el hilo conductor de la Historia de las Indias, de que el autor destacó la Apologética Historia Sumaria.
Es que en el atardecer de su existencia, Las Casas se muestra como hambriento de sabiduría humana y divina, teórica y practica, y se pone a trazar una teología evangélica del amor libertador e intenta envolver la Iglesia y como también la cristiandad en esa maravillosa utopía que es una ética universal.
Para felicidad suya y nuestra, en ese empeño de comprender la historia, de remontarse a los orígenes de las aventuras del “Descubrimiento” no podría dejar de tropezarse con su vecino Portugal y de abrirse a la otra mitad de América del Sur: Brasil.
II. Las Casas adentrase en la historia de Portugal e acaba descubriendo a Brasil
Cuando Las Casas entra en la última etapa, en ese campo de plena madurez y de pleno discernimiento de la historia a la luz del plano de Dios, él se choca con los tipos de textos portugueses que engrandecen la misión y con las glorias portuguesas en “dilatar a fé e o Império”. El Obispo Las Casas acaba de enfrentar el Doctor Sepúlveda en las controversias de Valladolid y está todo empeñado en la composición de la Historia de las Indias, buscando entonces remontar los orígenes y elaborar la prehistoria del descubrimiento y de la colonización de América. Su gran libro será introducido por un amplio e cuidadoso estudio sobre a malhadada colonización destruidora de las Islas Canarias y por las implantaciones portuguesas en África bien como sus múltiplas travesías comercializando espaciarías y levas y más levas de esclavos negros.
La Conquista de América era para él el prolongamiento y la agravación de un inmenso pecado colectivo, cuando debería ser, en el plano mundial, la más bella revelación de la gracia salvadora y libertadora.
Las Casas desvela las grandezas y miserias de Portugal, que toman entonces conciencia de pueblo navegador. Es un país, como canta Camões “donde la tierra acaba y el mar comienza”.
El gran misionero para allá de sus 60 años se pone a leer la historia de Portugal, particularmente las muy conocidas Décadas de João de Barros. Curioso y paradojal João de Barros es la gran fuente histórica primordial de “Os Lusíadas” de Luís de Camões, que exalta en su poema las proezas de su Pueblo, de sus Reyes y de sus Guerreros; él será para Las Casas él que revela las miserias del Tráfico Negrero y de otras bajezas de las Conquistas y Guerras Portuguesas.
Pero se acá hablamos de Portugal y de João de Barros es que ellos fueran la causa, sin duda el instrumento de la Providencia Divina para definitivamente abrir los ojos de Las Casas a respeto de la realidad y la perversidad de la esclavitud, del tráfico y de la comercialización de los negros.
Como nos mostró con mucha firmeza el saudoso Isacio Pérez Fernández, Las Casas compuso una nueva Brevísima Relación de la Destrucción de África, en contraposición a la Brevísima Relación de la destrucción de las Indias. Su mensaje, mezclada con lagrimas de arrepentimiento se resume en esa frase: “Este aviso de que se diese licencia para traer esclavos negros a estas tierras dio primero el clérigo Casas, no advirtiendo la injusticia con que los portugueses [sic] los toman y hacen esclavos; el cual, después de que cayó en ello, no lo diera por cuanto había en el mundo porque [desde entonces] siempre los tuvo por injusta y tiránicamente hechos esclavos; porque la misma razón es dellos [sic] de que los indios.”[1]
Esa última sentencia: “la misma razón es dellos [sic] de que los indios”, eleva Las Casas a la cumbre de la historia de la ética social: él es la única voz que se eleva en la cristiandad contra la esclavitud, en el siglo XVI y en los dos siglos siguientes. Ilustremos esa situación lamentable, por un episodio de la historia de Brasil, cuya trama presenta unos aspectos graciosos, curiosos, sin embargo muestra a nosotros lados de sombra y un desenlace más de desaliento que de esperanza.
En los fines del siglo XVI, un siglo antes que los negros del Brasil buscasen la libertad en repúblicas como la de Palmares, bajo el liderazgo del valiente Zumbí, unos jóvenes jesuitas de Bahía asumen una posición radical contra la esclavitud. Levantaran una especie de objeción de la conciencia delante de sus superiores, declarando que no podrían más aceptar la esclavitud practicada en la sociedad del Brasil y mucho menos aún en las casas de la Compañía de Jesús. El caso fue mandado a Roma. Demos la palabra al Padre Serafim Leite, el grande historiador de la Compañía de Jesús en Brasil:
“El Visitador (de Brasil) consultó a la Mesa de la Conciencia (en Roma), los principales juristas y moralistas de Europa, entre los cuales estaba Luiz de Molina. Ellos todos dieron un parecer que podría haber cautiverios justos. La opinión de Miguel Garcia (que es el padre contestatario juntamente con el padre Gonçalo Leite) tenía contra sí el consenso general[2].
Y entonces, en conciencia sana y buena teología, en aquellos malos tiempos, resolvieron determinar de manera autoritaria los ítems siguientes:
· Que los “escrúpulos” de los jóvenes jesuitas brasileños eran infundados. Serían mandados para Europa. Allá, la esclavitud no era condenada, pero no era tan fácil de encontrarla tampoco, no sería piedra de tropiezo en el camino de eses inquietos y valientes jesuitas, sin saber, animados del espíritu lascasiano.
· ¿Y la esclavitud de los negros, tal como se practicaba en la Tierra de Santa Cruz?
No podría ser un problema de conciencia, proclaman los maestros. Era algo que no se ponía en contra, ni al Evangelio, ni al derecho natural, ni a la tradición cristiana. Bien entendido, no puede dejarnos indiferentes, ignorados. Es necesario ser humano con los pobres esclavos, tener pena de ellos y sobretodo cuidarlos para su salvación eterna.
Esas malhadadas razones “jurídicas”, “éticas” y “teológicas”, daban buena conciencia a la cristiandad de aquel entonces. Había esclavos negros en algunas regiones de España (allá donde su compra era de hecho algo que rendía dinero). No se podría introducir en América algunos de esos esclavos de la Metrópoli, donde incluso eran en general bien tratados, ¿o hasta impórtalos de África, entrando en las redes del trafico negrero de los portugueses? Y más todavía, porque los indios (de América) no se mostraban con ganas o eran poco dispuestos a ese tipo de trabajo servil.
Está ahí esbozado, con la posible parcimonia, el amplio contexto histórico, cultural, ético y político, en que se sitúan las intervenciones de Las Casas bien como sus declaraciones nítidas y también un tanto tocantes. Todos los textos de su madurez, en que él aborda directamente el tema, proclaman que él estigmatiza los esclavizadores de los negros como de los indios, por la razón universal, de que todos – indios y negros - son seres humanos, dignos de ser respetados igualmente, criados y amados por el mismo Padre Nuestro que está en los cielos. Por lo tanto, en su lealtad de quien no temía a nadie y a nada, y ¿por qué no decir?, cautivante, él confiesa que tubo un momento en que tenía dudas y inseguridad en sus primeros tiempos, antes de abrir los ojos a la iniquidad que se ocultaba bajo la legalidad y la legitimidad – comúnmente admitidas - de la esclavitud de los negros.
En ese mismo momento, Las Casas fue invitado a volver su atención para Brasil, por una otra ola de escritos de naturaleza distinta, exaltando una otra proeza de los portugueses, el trabajo de evangelización efectuado por los Hijos de Santo Ignacio en las Tierras de Santa Cruz, o sea, en Brasil. Con mucho cuidado, digamos con un santo orgullo, se divulgaban en la Metrópoli europea, cartas seleccionadas de los misioneros, especialmente del padre Manuel de Nóbrega narrando los hechos heroicos de los jesuitas a servicio de los indios, subrayando los buenos resultados del apostolado de la Compañía de Jesús y las cualidades y buenas disposiciones de los habitantes primitivos del País.
Fraternizando con los jesuitas portugueses, que iban al encuentro de los indios brasileños, tratándolos con respeto y bondad, el primero dominico de la América demostra todo su grande empeño en exaltar los habitantes nativos de ese Continente, de un lado al otro de la Cordillera de los Andes. Todo lo que Nóbrega dice de la gente y de la tierra del Brasil es mencionado como confirmación de lo que Las Casas dice haber visto o verificado y también escrito en su Apologética História Sumaria, en aquel entonces ya terminada, según su testigo. Esa mirada simpática lanzada sobre los indios y las tierras del Brasil se inscribe en el modo de ver y en el estilo de escribir del misionero dominico. Busca hechos y documentos, no los altera, pero se muestra siempre selectivo en su manera de pasar su mensaje, de valorar y promover la América, este su amor incurable en que el Brasil tiene también su parcela. En esa selección de datos, tenidos por él como averiguados, será interesante destacar los rasgos con que él hace el boceto de los indígenas, bien como de los colonizadores portugueses.
El propio Las Casas nos da esa visión de conjunto, en los preámbulos del capítulo 173:
Por lo que dicen, se ve la bondad natural, simplicidad, hospitalidad, paz y mansedumbre de los indios de aquellas tierras (de Brasil), y cuán aparejados estaban para recebir [sic] nuestra Fe.
Anunciando que, en el capítulo 174, se transcriben cartas de predicadores portugueses da Compañía de Jesús, añade:
Por las cuales se confirma la verdad de ser estas gentes del Brasil: dóciles, pacíficas, benignas de su natural y aparejadas tan bien y muy más que otras, a ser doctrinadas en la fe cristiana y de toda virtud moral.
Siempre coherente, en su doctrina y en su vida, Las Casas denuncia las violencias practicadas por los portugueses, en África y en Brasil, la “grande ceguera” que estigmatizó en los conquistadores españoles. Censura también la imposición del comercio practicado pelos portugueses, preconizando, en armonía con la doctrina de Francisco de Vitoria, que los intercambios internacionales deben ser “voluntarios y libres”, reconocidos como ventajosos por ambas partes.[4]
Las Casas recoge y enfatiza las observaciones del historiador João de Barros sobre la actitud pacífica y acogedora de los indios. Eses tendrían asistido de manera edificante la primera misa “cantada” por Fray Enrique.
Llegáronse los indios muy pacíficos y confiados, como si fueran los cristianos de antes sus muy grandes amigos. Y como vieron que los cristianos se hincaban de rodillas y daban en los pechos y todos los otros actos que les veían hacer, todos ellos los hacían.
Al sermón que predicó el guardián estaban atentísimos como si lo entendieran, y con tanta quietud y sosiego y silencio que dice el historiador que movía a los portogueses [sic] a contemplación y devoción, considerando cuán dispuesta y aparejada estaba aquella gente para recebir [sic] la doctrina y religión cristiana.
Esas indicaciones de los historiadores portugueses son confirmadas por amplias citaciones en las cartas de los jesuitas que comenzaban a evangelizar en Brasil. Las Casas, llevado por su amor a los indios menospreciados y maltratados por los españoles, de un lado, y por los portugueses, de otro, no viene a incidir, pero, en la doctrina ingenua del “buen salvaje” o en la ilusión de una evangelización amena, o de un encuentro fácil entre los habitantes de América y colonizadores europeos. Sin temer repetirse en la apreciación de los indios, él nos da esa síntesis clara, fundada en su experiencia y confirmada por testigos de sus hermanos, los jesuitas, que se consagraban a evangelizar los indios y a darles buenas costumbres para los colonizadores en Brasil:
Parece, pues, bien probada manifiestamente la bondad natural, simplicidad, hospitalidad, paz y a mansedumbre de los indios y gentes de cuasi [sic] toda esa <nuestra tierra> tierra firme, y cuán aparejados estaban, antes que hobiesen [sic] rescebido [sic] agravios y daños de los cristianos y experimentado sus injusticias, para recebir [sic] la doctrina de nuestra fe y ser imbuídos en la religión cristiana, y a Cristo, criador [sic] universal, todos atraídos.
Esa teología, que se inspira en una visión de Cristo en su amor universal, da a Las Casas una comprensión más global, generosa, más realista de las relaciones entre los pueblos, los continentes, entre la cristiandad con sus valores, sus limites y fallas, y los “indios”, tan desigualmente desarrollados en América, pero tan ricos en culturas, en virtualidades humanas. Las Casas no fue grande apenas porque tuvo el coraje de denunciar violencias, crímenes y abusos. Para toda la América y de manera clara para el Brasil. La singularidad de su genio y de su carisma fue haber proclamado que, los descubrimientos no conferían ningún privilegio a los pueblos que asumieron la misión de evangelizar y colonizar, pero no abrieron camino para las relaciones de libertad, de igualdad, de solidaridad entre las naciones de un mundo que comenzaba a se encontrar y a se universalizar, para llegar a ser una sola “comunidad humana”, para utilizar esa expresión insubstituible de Francisco de Vitoria.
Con efecto, no se puede separar eses pioneros de la ética y del derecho, pues son hermanos en humanidad y en el Evangelio. El secreto de la grandeza irradiante y fecunda de Las Casas es que su lucidez y fuerza creativas no vinieron de la nada o brotaran por generación espontánea. Él emerge entre los grandes inconformados, continuando y prolongando la tradición de los que fieles al Evangelio y a los mensajeros del Espíritu dentro de una cristiandad que era tentada de se cerrar en el ortodoxismo, y a se crispar en la intolerancia, a expulsar el moro y el judío y a quemar el hereje, desconociendo los valores de la libertad, de la autonomía, de la secularización.
Un proceso de evangelización y sobretodo de catequesis trajo para la América española y portuguesa una amplia franja de valores de la cristiandad bien como unos tantos límites de su mentalidad, de su modelo etnocéntrico y eclesiocéntrico de vivir y comprender el mensaje de Cristo. Las Casas es el portador de lo que vino a nosotros de mejor, pues con el ímpetu del amor universal, legó a nosotros el ejemplo de una actitud crítica, corajosa, buscando la objetividad, invitando al don de si y a la creatividad.
III. Brasil descubre a Las Casas como el verdadero maestro de indigenismo y de la promoción de los pueblos indígenas.
¿Por qué no incluir aquí una simple confidencia? En agosto de 1964, el prior del convento de Le Saulchoir, en Francia, se dirigía a este fraile brasileño que dejara su país en aquellos tiempos de turbulencia militar, le indicando que hablase “de la presencia de Santo Domingo de Guzmán en América Latina”.
La contestación partió simple y franca: “Ayer y sobretodo hoy, Santo Domingo en América nos habla y sonreí en los rostros del Fray Pedro de Córdoba, Fray Antonio de Montesinos y de Fray Bartolomé de Las Casas”. Y es sólo recurrir a América para ver como resuena por toda parte el grito ¿Con qué derecho? Y, desde Chiapas a cualquier canto del interior de Brasil, llegando con mucho gusto a Recife y Olinda de Don Hélder, hay gente que hace gran esfuerzo para juntar como puede “el hecho y el derecho”.
La acogida de Las Casas y la recepción de su mensaje en Brasil hoy, se puede resumir en las posiciones siguientes:
- una parte de la opinión pública y mismo de algunos intelectuales se deja influenciar por la lectura exclusiva de “La brevísima relación de la destrucción las Indias” (única obra de Las Casas traducida al portugués). Entonces ven en Las Casas la gran voz que denuncia crímenes y injusticias de los conquistadores. Él es grandemente admirado por su coraje, pero no faltan también quien lo tenga por parcial y exagerado.
- pero felizmente hay otro tono de voz entre los maestros y los militantes esclarecidos del indigenismo en Brasil. Sea en la cultura laica, sobretodo universitaria, sea en el centro de la Iglesia se operó en el siglo XX un cambio profundo en la comprensión histórica y actual del indigenismo y de las relaciones que los colonizadores y los orientadores del Brasil independiente mantuvieran con los pueblos indígenas. El trabajo misionero de los tiempos antiguos y modernos fue reevaluado en su calidad y en sus efectos.
Todos los expertos reconocen la generosidad de esa amplia labor de evangelización. Pero se puede hablar también de una doble conversión, primero de los científicos, de los etnólogos, después de los misioneros, todos unánimes en decir que en la obra misionera de evangelizar y en el empeño político de integrar los pueblos indígenas con la civilización, hubo un menosprecio constante de la cultura indígena, una serie continua de violaciones de sus derechos: A la tierra, a la libertad, a la autonomía, y al autogobierno.
Ese cambio a favor de los indígenas encarados como pueblos, dotados de derechos y de culturas a ser mantenidos partió de los antropólogos, de los grandes indigenistas, entre los cuales destacamos Cándido Rondon y el gran maestro y escritor Darcy Ribeiro. Ellos eran inspirados ya desde 1910 por el humanismo del movimiento positivista que en Brasil fue marcado por un idealismo renovador y por cierta tendencia libertaria sino libertadora.
Ese humanismo positivista propuso con vigor una nueva visión y llegó a animar una nueva política indigenista. En las misiones evangelizadores de los indígenas, criticaron el papel alienante o destruidor, el empeño de conversión de los individuos, sin salvar las instituciones y las culturas. Entre estas críticas emerge una única y gran excepción, realizada sobretodo por Rondon: el gran misionero que lamentablemente sólo actuó del otro lado de la Cordillera – Fray Bartolomé de Las Casas. [5]
Lo mismo se pasa con las tomadas de posición de la Iglesia Católica, del CIMI (Consejo Indígena Misionero), órgano de la CNBB (Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil). Hay una especie de conversión reconocida oficialmente en ese refrán: En nuestra actividad misionera, en la estima y en la acogida de los pueblos indígenas, voltiémonos con lucidez y coraje hacia Fray Bartolomé de Las Casas.
Es digno de mención, para no decir de alabanza, la figura de D. Tomás Balduíno, el gran Obispo Dominico del corazón del Brasil, hoy Obispo Emérito, pero que continúa su apostolado y su lucha en la defensa de los trabajadores rurales y sobretodo de los pueblos indígenas. [6]
La Campaña de la Fraternidad 2002, la trigésima nona emprendida por la CNBB y por todas las parroquias y comunidades de base tenía como tema “Fraternidad y los Pueblos Indígenas” y como lema “Por una tierra sin males”, inspirado en el mito tupí guaraní. Esa Campaña consagró la nueva visión indigenista, verdaderamente humana y evangélica, a que se viene volviendo la Iglesia en Brasil. En la preparación de la campaña y en su realización, resplandecieran el nombre y el mensaje de Las Casas, saludado como el profeta que denunció antes y más que todos los desvíos y injusticias y apuntó los caminos de la valorización y de la liberación de los pueblos indígenas.[7]
Para terminar nos volvemos para las noticias de familia. Los frailes dominicos de Brasil, en los comienzos del nuevo milenio, tomaran Fray Bartolomé de Las Casas como patrono de su vida de contemplación y de militancia, adoptando el lema que junta la verdad y la liberación: Veritas liberabit vos.
Todos están ciertos de que no se trata de una vuelta al que fue Las Casas en la cristiandad española del siglo XVI. Su profetismo hace de él un contemporáneo de la Iglesia del Vaticano II, el fiel compañero en la lucha por los ideales conciliares y por los derechos humanos universales. Los dominicos brasileños releen y invitan a releer el mensaje de Domingo de Guzmán, de Tomás de Aquino, los acontecimientos, los desafíos, las promesas y amenazas de hoy, con aquella audacia crítica y creativa de Las Casas, en que se va reconociendo el pionero y el gran maestro de la modernidad verdaderamente humana.
Que se entienda bien esta actitud de los dominicos brasileños, que sin dejar de venerar los grandes santos y santas de la familia de Santo Domingo optan por un luchador que queda el blanco de reservas y resistencias de la parte de los herederos de la conquista. Es que para eses brasileños, después de lo que han pasado, junto con su pueblo, ser dominico hoy, en la lucha contra la discriminación y la opresión globalizada es verdaderamente seguir a Bartolomé de Las Casas.
Esperamos que se trabaje en toda parte, sobretodo en España y en la América Hispánica por la beatificación más temprana de Fray Bartolomé de Las Casas, pero en el corazón de los brasileños, Las Casas ya está canonizado con estos dos títulos que resplandecen como los senderos de la grande luz: Las Casas es un Doctor de la Iglesia, un Santo Padre de la Iglesia de Cristo en la América Latina.
Pero, la convicción más fuerte y decisiva es que Las Casas cuenta hoy en nuestro País con la serena y activa complicidad de todos los que no se resignan al fatalismo y al desamor, e apuestan a que la alegría de vivir, la justicia y la paz son inseparables hermanas gemelas del coraje de luchar por los pobres y oprimidos.
Y entonces con humildad y audacia tomamos como nuestra la luminosa plegaria dirigida a Las Casas por el gran poeta de América Latina que está de fiesta de 100 años por ahora:
Y para no caer, para afirmarme
Sobre la tierra, continuar luchando,
Deja en mi corazón el vino errante
Y el implacable pan de tu dulzura. [8]
Por el perdón de mis errores de portuñol, acá se queda la espléndida poesía de Pablo Neruda. Gracias.